Leyendo la teología sistemática
de Louis Berkhof encuentro que en el capítulo 62 en el cual se habla sobre la
muerte física, este autor escribe una sección titulada “La importancia de la
muerte de los creyentes.” En ella explica claramente porque si los creyentes ya
han sido librados del pecado por la fe en Cristo aun tienen que pasar por la
cruenta experiencia de la muerte. Berkhof literalmente lo plantea de esta forma:
“No puede decirse que la
destrucción del cuerpo sea esencial en lo absoluto para una perfecta
santificación, puesto que esto está contradicho por los ejemplos de Enoc y de
Elías. Tampoco se satisface con decir que la muerte liberta el los creyentes de
los males y sufrimientos de la vida presente y de los impedimentos del polvo,
al liberar el espíritu del cuerpo actual, miserable y sensual Dios podría
efectuar esta liberación también mediante una transformación repentina, tal
como la que experimentarán los santos al tiempo de la parusía (Aparición o
Venida de Cristo por segunda vez).
Es por completo evidente que la
muerte de los creyentes debe considerarse como la culminación de los castigos
con que Dios ha determinado la santificación de su pueblo. Aunque la muerte en
sí misma sigue siendo una verdadera calamidad natural para los hijos de Dios,
es decir, algo antinatural, que ellos conceptúan como un mal, en la economía de
la gracia se le hace servir para el adelanto espiritual de ellos y para los
mejores intereses del reino de Dios.
El mero pensamiento de la muerte,
los desenlaces producidos por ella, el sentimiento de que la enfermedad y los
sufrimientos abrigan a la muerte, y la conciencia de su aproximación, tienen
todos ellos un efecto muy benéfico sobre el pueblo de Dios. Sirven para
humillar el orgullo, para mortificar la carnalidad, para denunciar la
mundanalidad y para avivar el entendimiento espiritual.
En la unión mística con su Señor
los creyentes son hechos participantes de la experiencia de Cristo. Así como El
entró a su gloria por el sendero del sufrimiento y de la muerte, ellos también
entran a su eterna recompensa sólo mediante la santificación. La muerte con frecuencia
es la prueba suprema de la fortaleza de la fe que hay en ellos, y con
frecuencia produce impresionantes manifestaciones de la conciencia de victoria
en la hora precisa de lo que parece derrota. (1 Pedro 4: 12-13).
La muerte completa la
santificación de las almas de los creyentes, de tal manera que se convierte de
una vez “En los espíritus de los justos hechos perfectos” ( Hebreos 12:23
Apocalipsis 21:27) La muerte no es el fin para los creyentes, sino el principio
de una vida perfecta. Entran a la muerte con la seguridad de que su aguijón ha
sido quitado (1 Corintios 15: 55), y de que para ellos ella es la puerta del
cielo.””
Ahora si leemos los comentarios bíblicos
de Matheus Henry sobre Romanos 6:21-23 la semejanza con Berkhof es impresionante,
Henry dice sobre:
“El placer y el provecho del
pecado no merecen ser llamados fruto. Los pecadores no están más que arando
iniquidad, sembrando vanidad y cosechando lo mismo. La vergüenza vino al mundo
con el pecado y aún sigue siendo su efecto seguro. El fin del pecado es la
muerte. Aunque el camino parezca placentero e invitador, de todos modos, al
final habrá amargura.
El creyente es puesto en libertad
de esta condenación, cuando es hecho libre del pecado. Si el fruto es para
santidad, si hay un principio activo de gracia verdadera y en crecimiento, el
final será la vida eterna, ¡un final muy feliz! Aunque el camino es cuesta
arriba, aunque es estrecho, espinoso y tentador, no obstante, la vida eterna en
su final está asegurada. La dádiva de Dios es la vida eterna. Y este don es por
medio de Jesucristo nuestro Señor. Cristo la compró, la preparó, nos prepara
para ella, nos preserva para ella; Él es el todo en todo de nuestra salvación”.
Para terminar solo me queda decir
que tanto Berkhof como Henry son contundentes en declarar que la muerte física es
el fin de lo que queda del pecado y sin duda la puerta al cielo.
Que Dios le bendiga
Por: Nelson Vergara