La importancia de la muerte de los creyentes


Todos los seres humanos morimos algún día, pero si estudiamos las escrituras comprenderemos casi de inmediato que la muerte física de todas las personas es consecuencia del pecado original. En Romanos 6:23 se nos habla que la paga del pecado es muerte, de esta porción bíblica se puede inferir que se esta hablando no solo de la muerte espiritual sino también de la muerte física.

Leyendo la teología sistemática de Louis Berkhof encuentro que en el capítulo 62 en el cual se habla sobre la muerte física, este autor escribe una sección titulada “La importancia de la muerte de los creyentes.” En ella explica claramente porque si los creyentes ya han sido librados del pecado por la fe en Cristo aun tienen que pasar por la cruenta experiencia de la muerte. Berkhof literalmente lo plantea de esta forma:

“No puede decirse que la destrucción del cuerpo sea esencial en lo absoluto para una perfecta santificación, puesto que esto está contradicho por los ejemplos de Enoc y de Elías. Tampoco se satisface con decir que la muerte liberta el los creyentes de los males y sufrimientos de la vida presente y de los impedimentos del polvo, al liberar el espíritu del cuerpo actual, miserable y sensual Dios podría efectuar esta liberación también mediante una transformación repentina, tal como la que experimentarán los santos al tiempo de la parusía (Aparición o Venida de Cristo por segunda vez).

Es por completo evidente que la muerte de los creyentes debe considerarse como la culminación de los castigos con que Dios ha determinado la santificación de su pueblo. Aunque la muerte en sí misma sigue siendo una verdadera calamidad natural para los hijos de Dios, es decir, algo antinatural, que ellos conceptúan como un mal, en la economía de la gracia se le hace servir para el adelanto espiritual de ellos y para los mejores intereses del reino de Dios.

El mero pensamiento de la muerte, los desenlaces producidos por ella, el sentimiento de que la enfermedad y los sufrimientos abrigan a la muerte, y la conciencia de su aproximación, tienen todos ellos un efecto muy benéfico sobre el pueblo de Dios. Sirven para humillar el orgullo, para mortificar la carnalidad, para denunciar la mundanalidad y para avivar el entendimiento espiritual.

En la unión mística con su Señor los creyentes son hechos participantes de la experiencia de Cristo. Así como El entró a su gloria por el sendero del sufrimiento y de la muerte, ellos también entran a su eterna recompensa sólo mediante la santificación. La muerte con frecuencia es la prueba suprema de la fortaleza de la fe que hay en ellos, y con frecuencia produce impresionantes manifestaciones de la conciencia de victoria en la hora precisa de lo que parece derrota. (1 Pedro 4: 12-13).

La muerte completa la santificación de las almas de los creyentes, de tal manera que se convierte de una vez “En los espíritus de los justos hechos perfectos” ( Hebreos 12:23 Apocalipsis 21:27) La muerte no es el fin para los creyentes, sino el principio de una vida perfecta. Entran a la muerte con la seguridad de que su aguijón ha sido quitado (1 Corintios 15: 55), y de que para ellos ella es la puerta del cielo.””

Ahora si leemos los comentarios bíblicos de Matheus Henry sobre Romanos 6:21-23 la semejanza con Berkhof es impresionante, Henry dice sobre:

El placer y el provecho del pecado no merecen ser llamados fruto. Los pecadores no están más que arando iniquidad, sembrando vanidad y cosechando lo mismo. La vergüenza vino al mundo con el pecado y aún sigue siendo su efecto seguro. El fin del pecado es la muerte. Aunque el camino parezca placentero e invitador, de todos modos, al final habrá amargura.

El creyente es puesto en libertad de esta condenación, cuando es hecho libre del pecado. Si el fruto es para santidad, si hay un principio activo de gracia verdadera y en crecimiento, el final será la vida eterna, ¡un final muy feliz! Aunque el camino es cuesta arriba, aunque es estrecho, espinoso y tentador, no obstante, la vida eterna en su final está asegurada. La dádiva de Dios es la vida eterna. Y este don es por medio de Jesucristo nuestro Señor. Cristo la compró, la preparó, nos prepara para ella, nos preserva para ella; Él es el todo en todo de nuestra salvación”.

Para terminar solo me queda decir que tanto Berkhof como Henry son contundentes en declarar que la muerte física es el fin de lo que queda del pecado y sin duda la puerta al cielo.

Que Dios le bendiga


Por: Nelson Vergara